REGATEANDO AL TIEMPO
Cualquiera con más de 30 años sabe la rutina: Te levantas y esperas que con algo de suerte vuelvas con las mismas piezas que cuando saliste de la cama. Ni un achaque o espasmo muscular o desgarre en la pierna que contar…
Comienzas tu
día con un café y de repente, con la guardia baja, te encuentras con algún
olor, textura o sabor que te regresan por breves segundos a ese lugar donde
conociste la felicidad plena. Ese momento sin ataduras ni intereses; alegría
sin condición alguna. Tu vida era simple y no lo valorabas…
Así recuerdo a Messi, como el chico con el 30 a su espalda y el desparpajo de la
juventud. Esa electricidad de un niño escuálido que sacaba de quicio defensas
rivales como quien esquiva globos flotando en el aire.
Pronto te
llenas de experiencia, las cosas empiezan a perder un poco su brillo. Tu
habilidad para asombrarte se oxida y te vuelves un poco… cínico a las bellezas
que te rodean. Te acomodas en tu mundo de confort y cada vez recitas más eso de
que estás muy viejo para esas cosas…
El tiempo
te pone encima responsabilidades y tu mente sus miedos y preocupaciones,
sientes una valija en la espalda con el peso de tus errores y la incertidumbre
que trae el mañana. Te llenas de tonterías como el orgullo y te cuesta más conectar
con la gente…
Volteas y
él sigue ahí, cargando su propia valija con el peso del mundo encima suyo… Te
sigue asombrando (es de lo que poco que lo logra hacer ya) pero ya no tiene el
vigor ni la agilidad de ayer. Su experiencia lo volvió un hombre y su talento
le atrajo roles que quizás él no quiso para sí mismo.
Cabilas... piensas si Messi también perdió el brillo y lo que lo hacía feliz. Si el
también recuerda cuando ponerse la 19 era salir a divertirse, tocarla,
conducirla y enfilar al arco sin tener que responderle a patrocinadores y
directivos interesados en ver cuánto dinero podían sacarte…
Y quizás no
estemos tan lejos uno del otro… El tiempo pasó y nos convirtió en otras
personas. Recuerdas con nostalgia el comienzo pensando que nunca verás el
final…pero todo llega, tarde o temprano.
Ya no somos
niños, Leo… ni el Barca es ya el jardín de juegos donde solías divertirte y
renovar el poco asombro que me queda…
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